martes, 20 de mayo de 2014

Una imagen vale más que mil palabras

Por Orbis Beltré – Relacionista público de ATEODOM / Asociación de Ateos Dominicanos.

La noticia es reciente: un autobús que transportaba a decenas de niños que regresaban de una iglesia cristiano evangélica, se incendió y más de 30 de sus ocupantes murieron calcinados. Más de 30 niños murieron en esa tragedia que ha estremecido a Colombia y al mundo. 

Una de las características principales de esta etapa de la humanidad, es no solo lo rápido que viaja la información, sino que las noticias se sirven en vivo y directo desde el lugar mismo de los acontecimientos. 

Supe de esta tragedia inmediatamente, pero por temor a que mi reacción se interpretara como motivada en el hecho de que se trata de una fatalidad que involucra a una iglesia cristiana, y no en exacto motivada al dolor que como ser humano siento ante hecho tan triste, me abstuve de decir cualquier palabra, y me limité a retorcerme en silencio tratando de desalojar de mis entrañas esa grotesca realidad.

Hoy sin embargo, una imagen que guarda relación con aquella nefasta noticia, y que también está viajando por el mundo con tanta rapidez como viajó su matriz, ha hecho colapsar mi silencio hasta volverlo ruina de ruinas. 

¡QUÉ PERVERSA LA MORAL RELIGIOSA!

Es una moral que drena hasta la última gota de sensibilidad que pueda tener un ser humano. 

Es una moral que extrae de la cabeza de quien la ha asumido, hasta el último pedacito de neurona que sirva para expresar sentimiento de aflicción y de solidaridad.

Es una moral que corrompe la sangre de quien ha decidido practicarla. Es una moral que desposee de corazón a quien la predica. 

Es una moral que enceguece la vista de quien la sostiene. Es una moral que mantiene anestesiada la vida de sus devotos. 

Es una moral incapaz de hacer que la piel se exprese: no hay sonrojos ni erizos; no hay palidez ni sudores; no hay temblores… nada hay en esa anatomía del verbo y la carne! 

Terminan siendo estos seres humanos de moral religiosa, una suma de bacterias anudada al sin sentido, la indolencia y la ingratitud.

Es una moral, la religiosa, que expende una alegría falsificada, ilegítima, podrida y hedionda de todos los hedores. 

Es una moral, la religiosa, que vacía el cuerpo de quien la declaró suya, y hasta en sus intestinos se posiciona esa peste, esa cosa nefanda en nombre de la cual se suprime la conciencia y que se usa en estos días, incluso para rubricar la muerte, como acaba de suceder en Sudán, contra una mujer que su delito único ha sido corresponderse en amor.

Salve, ser humano sin dioses!