miércoles, 18 de diciembre de 2013

¿Qué han hecho los ateos por la humanidad?

Orbis Beltré
Por Orbis Beltré

Con los nombres de los seres humanos sin dioses ni demonios que han hecho grandes aportes en beneficio de la humanidad, se podría eslabonar una cadena tan larga como para enlazar los extremos de la línea ecuatorial y del meridiano de Greenwich . Para tan solo citar uno de esos nombres: Mark Elliot Zuckerberg.

Pero la visión teoantropológica de los religiosos jamás le permitirá la humildad suficiente como para reconocer, por ejemplo, que si hoy en Occidente estamos libres de esclavitud, de lapidación, de feudalismo, de purgatorio y de Santa Inquisición, ha sido gracias al sentir contestatario de hombres y de mujeres que ante la horda egocéntrica, soberbia y criminal de la religión, no lo pensaron dos veces para, aun sabiendo que iban a ser perseguidos y asesinados, denunciar todo forma de maldad que contra la humanidad se ha practicado desde la premisa del dios judeocristiano que han hecho "existir" aquellas mentes que nunca han confiado en el ser humano.

Toda la jurisprudencia que hoy exhibe la humanidad como instrumento de justicia se ha establecido paso a paso y siempre a pesar de la oposición de la religión institucional, misma que todo el tiempo ha servido a los peores intereses, y que ni siquiera se ha cuidado nunca de dejarse ver confabulada con los más grandes dictadores, saqueadores y genocidas que han desfilado por este mundo.

Quienes han creído en el ser humano han ido en cada oportunidad más allá de proponer convivir con las calamidades humanas. Han hablado no de repartir alimentos entre los hambrientos, sino de qué hacer para que la agricultura se desarrolle, para que haya más y mejores cosechas, y para que la humanidad se beneficie de esto y se alimente sin que se la vea como una mendiga digna de lástima.

Quienes han creído en el ser humano han abogado, no para que haya desplazados de las guerras ni refugios, sino para que no haya guerras; han abogado, no para que haya orfanatorios, sino para que se apliquen políticas dirigidas a prevenir las causas -las al menos provocadas por el ser humano- que cada día generan más huérfanos y dolor.

Quienes han creído en el ser humano han propugnado, no para que haya ritos de “arrepentimiento” en las iglesias, sino para que no haya crímenes; han propugnado, no para que haya servicios religiosos en las cárceles, sino para que los gobiernos eduquen más y mejor a sus ciudadanos; para que los gobiernos trabajen por una sociedad de mejores y mayores oportunidades de empleo para todos, lo cual se traduciría a un reducción cada vez más significativa de la población carcelaria.

Quienes han creído en el ser humano han pensado y trabajado, no para que se haga propaganda de culto a la personalidad a través de operativos de dádivas en barrios marginados, sino para que no haya razones de empobrecer a la gente hasta ese colmo.

Quienes han creído en el ser humano lo han dado todo, no para ir a sermonear con mensajes fantasiosos a los enfermos, sino para que éstos reciban hasta el último segundo de sus vidas, la asistencia solidaria de la ciencia y de la tecnología. Pero entre aquel que es capaz de ver en el ser humano a un sujeto de valor intrínseco, y aquel que ve a ese mismo ser humano como un objeto carente de valor sin la concepción de un “ser” imaginario que es su dueño y que lo usa a discreción, el simplismo ha impuesto un arbitraje que ha concitado más aplausos para la hipocresía que para la honestidad. Y es que tener cabeza, pensamiento e idea propia, implica ser diferente, ser único y por consiguiente, crítico. Esto es, exponerse al fuego de los poderes que siempre han pretendido adueñarse de la deliberación personal, lo que equivale a agenciarse la muerte involuntariamente. Por eso hay más religiosos que ateos, porque son más los prefieren lo fácil, lo no "problemático". Son más los pasivos que los activos; son más los que no tienen ningún inconveniente en ser parte del rebaño e ir entre la manada hacia donde arree el pastor.

Un día sin embargo, todos "descubriremos" la gran farsa, el gran engaño milenario, el gran miedo infundado que no nos ha dejado ser libres y creer en nosotros mismos, en este hermoso mundo.

Descubriremos que al religioso no le interesa la paz mundial, sino todo lo contrario, alucina con las guerras; y cuanto más cruentas y salvajes más se excita en su alucinación, porque ve en las guerras la justificación del dios de moda: aquel Jesucristo que pecando de una ignorancia absoluta sobre de la historia de la humanidad, asegura, como si antes de él nunca hubo guerras y rumores de guerras, que cuando haya guerras y rumores de guerras será porque el fin del mundo estará cerca.

Al religioso no le interesa que la ciencia avance tanto como para predecir los terremotos y evitar horrorosas catástrofes humanas y materiales. Todo lo contrario, el religiosos apuesta a que los terremotos sean cada vez más impredecibles y de magnitudes que superen cualquier escala. Pues así se alegra y celebra a su profeta de tragedias, que dijo que cuando vea estas cosas, ya casi vendría para llevárselo al paraíso. Así expresa el religioso su desprecio por la raza humana; así expresa el religioso su conspiración contra nuestro planeta.

Al religioso no le interesa que la ciencia hable de vacunas contra el cáncer, el sida, o contra cualquier otra enfermedad terminal. Todo lo contrario, el religioso quisiera, no solo que no haya tales vacunas jamás, sino que cada día haya más enfermedades incurables. Pues así su libro sagrado se va justificando como el nuevo oráculo del mundo.

Al religioso no le interesa que llueva. Todo lo contrario, vive deseoso de haya prolongadas sequías, y si pudiera hacer algo para provocarlas, lo haría. Pues se goza que las cosechas se pierdan, para que haya hambruna por el mundo. Así puede mirar con gran júbilo hacia arriba y decir a viva voz: “¡Qué bueno todo esto, Señor, porque sé que tú ya estás por venir!”

En conclusión, al menos en Occidente, no hay peor enemigo del ser humano que la religión de moda, aquella que nos amenaza para que no nos atrevamos a creer en el ser humano.