Orbis Beltré |
"¡Ay de la tierra y del mar, porque el diablo ha descendido a ustedes teniendo gran ira!". Apocalipsis 12:12.
Ese grito de victoria exclamado por el arcángel Miguel, anunció la expulsión desde los dominios del cielo, del diablo y de sus seguidores de entre las legiones del dios bíblico. El cielo quedaba así, libre de los problemáticos, de los disidentes, de los desertores, de los rebeldes o simplemente, de los indeseables que amenazaban con hacer sucumbir el gobierno diosita.
De tal manera y de ese modo, los habitantes del cielo limpiaron su casa, se deshicieron de sus “excompañeros” que empezaron a manifestarse en contra del dios supremo.
Suponiendo que todo esto sea cierto, estamos hablando del acontecimiento más nefasto en perjuicio del ser humano, y de la más perversa acción que a dios alguno se le podría ocurrir. Es un dios que, no importándole la suerte de quienes somos más débiles que él y que los suyos incluidos los desertores, resuelve solucionar su problema, su lío allá arriba, ensuciando nuestra casa.
El diablo y sus seguidores fueron “degradados” en la casa del Señor, y como allí ya no se halló lugar para ellos, el mismo dios que dicen los diositas que nos ama, los lanzó hacia la tierra, hacia nuestra morada, hacia nosotros.
No fue capaz ese dios de enfrentarse a esos seres de su ingenio en duelo de morir o vencer. Lo que hace es simplemente expulsarlos, y no a otra galaxia u otro planeta, sino a la tierra. De paso y además, se le olvida en su “misericordia”, su “benevolencia” y su “respeto” hacia nuestra libertad, preguntarnos si estábamos de acuerdo con acoger en nuestro planeta su deshecho celestial. ¡Cara dura el tipo!
Tras esto, ningún líder de la posteridad seria más irresponsable, abusador, indolente, malintencionado, egoísta y cobarde que él, que ese dios bíblico.
Las consecuencias fatales de esta despreciable actitud no tardarían en aflorar. El inocente, incauto e indefenso ser humano representado en el mito Adán/Eva, desprovisto de la necesaria sapiencia para lidiar con situación tan delicada, pronto fue presa fácil ante quien llegó cargado de cólera y descontento con dios, dispuesto a causar aquí en la tierra, un daño mayor al que pudo haber causado en el cielo.
Así tal cual fue, Eva primero y después Adán. Ambos cayeron víctimas del descaro de un dios que les legó su verdugo; verdugo que en todo caso, según se deduce de la Biblia, no es más que un amiguito de dios, para éste, o sea el mismo dios bíblico, en una descomunal orgía de cinismo, ejecutar impunemente su macabro plan contra esta pareja que allí estaba tranquila.
La “serpiente” pues, habló a Eva con la verdad. Comiendo el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, aprendimos esas dos dimensiones y llegamos a ser como dioses. Eso fue lo que habló la “serpiente” a Eva que sucedería. Génesis 3: 4-5.
En Génesis 3: 22-23-24, dios mismo lo admite, reivindicando así a su compañero el diablo. Ahí el dios bíblico se dirige a Eva y Adán diciéndoles, cito: “Han llegado a ser como dioses al conocer lo bueno y lo malo”.
Y en cuanto a que morimos, éstos es, no porque comimos los frutos del árbol del conocimiento de lo bueno y de lo malo, sino porque ese dios de quien dicen los diositas que nos da libertad para que hagamos lo que queramos, nos permitió comer los frutos de un primer árbol pero, asimismo nos retiró a empujones de las proximidades del árbol de los frutos de la vida eterna, para prohibirnos comer de los mismos y evitar que podamos vivir indefinidamente. ¡Tremendo teatro! ¡Pobrecitos Adán y Eva! ¡Pobrecita la humanidad!
Pero el cinismo de ese dios parece imperecedero y sigue obrando. En un acto estúpido, aberrante y vergonzoso, se pronuncia castigando a la serpiente, a Eva y a Adán, pero no castiga jamás al diablo. Hasta maldice el suelo y parece hallar complacencia en decirle a Adán que con dolor comerá su producto todos los días de su vida. A la pobre Eva le promete multiplicar sus dolores de parto, y la degrada como ser humano al sentenciarla con "tu único deseo vehemente será tu esposo, y él te dominará". Génesis 3:16.
¿Conoce el futuro el dios bíblico?
Fíjense cómo son Eva y Adán vejados, burlados y maltratados sin que fueran culpables de alguna desgracia, sin que fueran merecedores de reprimendas. Se trata de un dios maquinador, trepador, revanchista ensoberbecido, enfermo de arrogancia y despiadado en extremo; se sitúa por encima de la razón para satisfacer su vanidad; vanidad que la cultiva hasta volverse un despreciable psicópata, porque sobre todo procura en toda circunstancia mantener a salvo, libre y en constante actividad, a su “contraparte” el diablo.
Al dios bíblico le es grato mantenerse haciendo comedia y conspirando contra la humanidad, algo que al parecer no podría hacer sin un vago y sinvergüenza que se muestra dispuesto a complacerlo en su complejo de sentirse víctima y héroe a la vez.
Este relajo, por ejemplo, alcanza su cúspide en el diluvio bíblico. Veamos por qué: si la causa que motivó al dios bíblico a destruir el mundo fue la maldad que había entre los habitantes de la tierra; si el objetivo era acabar con la maldad; si la maldad se derivó del pecado; si el pecado llegó al ser humano por éste desobedecer; y si quien instó, convenció u obligó al ser humano a desobedecer al dios bíblico, fue el diablo, pues el primero que en dicho diluvio debió perecer ahogado se supone que tenía que ser el diablo.
¡Pues no! Todo indica que el diablo ni siquiera se mojó, y me imagino lo mucho que estuvo gozando en algún lugar del universo, mientras comprobaba cómo su compañero de comedia le complacía una vez más su deseo de observar sufrimiento, destrucción y muerte.
El diluvio bíblico es un episodio más de la eterna comedia en la cual el dios bíblico siempre actúa castigando a la victima pero no al victimario, su colega, su protegido, en quien se justifica, el diablo.
Las presentaciones de estos dos terroristas comediantes no se detendrían en aquellos tiempos. Sodoma y Gomorra serían el siguiente teatro para abusarnos, para incluso matar a personas inocentes, como ocurrió con la esposa de Lot.
Ante todas estas acciones que evidencian un dios envilecido hasta los tuétanos, pretenden los diositas convencernos de que los que fallaron fueron Eva y Adán, y de que es por su equivocación que nosotros hoy estamos sufriendo todas las posibles miserias humanas.
¡Así no es! No es como han pretendido enseñarnos los diositas. De existir ese dios bíblico y de ser la Biblia su palabra, los seres humanos no hemos sido más que victimas de él y de su testaferro y compañero el diablo. Ellos dos son los únicos responsables de nuestras desgracias; ellos dos viven de nuestro sufrimiento, son nuestros enemigos más peligrosos.
Espero con ansiedad el famoso día del juicio final al cual se presentará este perverso dios como juez para juzgarnos. Espero ese día, porque seremos nosotros, los seres humanos, quienes lo emplazaremos a él y a su ángel el diablo, para que respondan por todos los asesinatos y crímenes que en asociación de malhechores ellos consumaron en perjuicio de la humanidad.
Sé que los extirparemos de nuestras conciencias y que los desapareceremos para siempre del universo. Entonces tendremos una moral sin dogmas, seremos seres correctos, a cambio sólo de que de uno sea la bondad de los demás y viceversa.
Mientras tanto, el ser humano debe sentirse obligado a entenderse y comprenderse, a defenderse entre sí, a protegerse entre sí en todo momento, a respetarse mutuamente. Debe el ser humano aprender a generar riquezas sin que implique esto dañar nuestro planeta ni dañarnos a nosotros mismos; debe el ser humano aprender a distribuir las riquezas equitativamente, según la necesidad de cada ciudadano. Así es como llegaremos a vivir bien y alejados de toda amenaza; así es como lograremos la paz y la prosperidad; así incluso podremos vencer la vejez y muerte, hallar más hábitat en el universo y eternizarnos en el tiempo y el espacio, por los siglos de los siglos.
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