Orbis Beltré |
Por Orbis Beltré /
Relacionista público de la Asociación de Ateos Dominicanos (ATEODOM).
"Vengan a mí todos
los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. Mateo 11: 28.
El cristianismo, la
excusa bonita. Todo es tan fácil como decir o sentir arrepentimiento. No importa
si he robado la Vía Láctea; no importa si he asesinado la humanidad; no
importa nada; no importa todo. Si un día cualquiera por simple curiosidad
hurgare en mi pasado y aquello que viere tan ignominioso fuere que me causare
aflicción y agobio, solo tengo que arrepentirme y darme en oración a un dios y
ya estaré salvado.
¡Más bueno que es así!
No me sorprende que las
cárceles estén atestadas de cristianos; no me sorprende que en el ocaso de sus días tantas personas, cuando tienen a sus espaldas abundantes sobregiros de
mala vida y el pesar comienza a
carcomerles la conciencia y el decoro que jamás
tuvieron, entonces empuñen la religión. Y es que son tan malvados, que de la
lástima hacen poesía y del amor de los/as demás el techo de toda su podredumbre.
El año 2003 es el equivalente en República
Dominicana, a aquel año 1929 que estranguló al pueblo estadounidense con tal
ímpetu, que en medio de la desesperación, pocos/as creyeron que podrían
sobrevivir como nación.
En 2003 nuestra moneda se
devaluó, respecto al dólar estadounidense, en un 160%. Ni hablar del
encarecimiento de la canasta familiar… y de pronto, los niveles de violencia
social estallaron de una manera que esto era lo más parecido al infierno de la
mitología cristiana.
El dantesco escenario nos
exhibía las consecuencias de un banquero irresponsable, en un Estado que para
entonces, lo dirigía un presidente que en ineptitud y poca seriedad, llegamos a
creer que jamás iba a ser superado por otro presidente, hasta que apareció uno
que ordenó al Congreso Nacional aprobar un contrato sin leerlo, a través del
cual el país entregaría su patrimonio a una empresa extranjera.
Nos hundíamos en 2003; se hundía el país por
la crisis económica que provocó la quiebra del Banco Intercontinental BANINTER.
Había reventado aquel fraude mayúsculo, y ahora el pus pestilente de la
corrupción nos revelaba cuán grande era la asociación de malhechores, pero al
mismo tiempo nos salpicaba a todos/as. Hubo quienes se atrevieron a decir que
el apocalipsis había empezado por aquí, por nuestro país. Y no era para decir
menos; aquellos días eran infernales.
A medida que avanzaban
las investigaciones, nos enteramos de que solo el pueblo no había sido cómplice
del robo, y que incluso las Iglesias, católica y protestante, habían festinado
el dinero de aquella institución bancaria en la que tanta gente decidió confiar
sus ahorros de todo la vida.
Era el alba que anunciaba
tiempos de angustia. Ciudadanos/as inocentes, profesionales, comerciantes,
enfermos, envejecientes que vieron cómo lo perdieron todo de la noche a la
mañana, cansados/as de luchar inútilmente, desesperados/as decidían morir.
Los/as empujaba además, a renunciar a la vida, la indignación de ver al
entonces Presidente de la República mofarse de la desgracia de la gente. Un día
un ciudadano increpó al Presidente de la República respecto a la carestía de
los alimentos, y le informaba por ejemplo, que un huevo había aumentado su
precio de uno a cuatro pesos. El jefe de Estado respondió, como si fuese
aquello un chiste, que si él fuera una gallina no pondría un huevo ni por diez
pesos.
La quiebra del Banco
Intercontinental BANINTER se llevó consigo muchas vidas y nos legó la peor
crisis de toda la historia. Los principales responsables, sin embargo, se las
arreglaron con la vergonzosa justicia dominicana, y la retrasada y ligera “condena” que
recibieron, los confinó en celdas carcelarias que no tenían qué envidiarle a un
hotel cinco estrellas de cualquier país europeo. No obstante eso, cada uno fue
liberado antes de cumplir su condena. Al día de hoy todos están en libertad,
haciendo ostentaciones de sus riquezas y privilegios.
¿Y el daño que causaron?
¡Muy bien gracias! ¡Cosa del pasado!
Pero después de todo,
hacía falta más cinismo. El último de los presos por la quiebra del Banco
Intercontinental BANINTER, Ramón Buenaventura Báez Figueroa, por algún motivo
que se desconoce fue visitado por el dios judeocristiano en su mansión
carcelaria. Atravesando la mugre, la insalubridad, el hambre, el hacinamiento,
la injusticia y la condición infrahumana en que viven y conviven los demás
presos, los presos pobres de la cárcel de Najayo, en República Dominicana, el
Jesús bíblico llegó hasta el lujo y la comodidad de la celda de este exbanquero
ladrón, y le tocó el corazón.
Ahora el exbanquero era
cristiano. Qué buena razón para luego de tan solo haber cumplido unos meses más
de la mitad de su condena, recibir el merecido perdón de su pasado criminal y
acto seguido ser devuelto a la sociedad burbuja en que viven los ricos, aquella
de la que estuvo privado solo en teoría.
Ya en libertad, pero esta vez no en el interior de una “cárcel”, había que ponerle el sello a este hombre nueva criatura en Cristo.
Y llegamos a tiempo a la
ceremonia. Pudimos ver cómo quedaba confirmada la compasión del Todopoderoso
Dios judeocristiano especializado en redimir las almas de los mortales. Al
compás de los cánticos celestiales, el cuerpo del Señor fue engullido por las
fauces del exbanquero y, ¡zas!, se lo declaró siervo del mesías galileo.
¡Aleluya!
La burla contra la
sociedad dominicana ya era un hecho consumado y aprobado por la iglesia, la cual también debió caer presa desde que se
comprobó su coautoría en el fraude bancario.
Desde entonces y hasta hoy,
incluso los/as más devotos/as del cristianismo no saben qué oración entonar con
tal de hacerse escuchar por su Dios para que por favor, el puesto que tenga
asegurado este exbanquero en el cielo, nada tenga que ver con el área de
finanzas.