El Dr. Mario Bonetti, fundador de La Academia de ciencias de la República dominicana, nos envía un interesante documento, con pruebas irrefutables de que no existió el Jesús historicos, los invitos a analizarlos. Por favor solicito prestar atención tanto a los creyentes que participan de esta cadena, como a los ateos.
Atte........Quilvio Vásquez
SD, 11.07.11
A continuación de nuestra última conversación sobre la conveniencia de demostrar la falsedad de la Biblia como pruebas de la falsedad de la existencia de un dios(cristiano), le hago llegar este escrito sobre la no existencia del cristo histórico. Este trabajo no fue escrito por mi sino por un amigo también interesado en las religiones orientales.No todo lo que hay en este escrito tiene mi aprobación,pero en lo respecta a las pruebas de la no existencia del llamado jesucristo de la biblia tiene mi apoyo.
Le solicito cortesmente repartirlo entre los miembros de Ateodom.
Saludos de
mario bonetti
Ante la problemática del Cristo histórico
Según los académicos, existen importantes razones para que la existencia de Jesús y su realidad histórica continúen hoy siendo puestas en duda como algo cuestionable. El gran silencio que sobre Jesucristo guardaron los diferentes cronistas e historiadores de esa época, pesa hoy gravemente sobre las conciencias de los historiadores, paleógrafos y teólogos modernos.
Sin excepción, las presuntas referencias que sobre Jesucristo mismo les han sido atribuidas al historiador judío Josefo (por ejemplo, en su obra “Antigüedades Judías”, escrita cerca de 91 D.C.), ya están reconocidas como puras falsificaciones y adulteraciones literarias de la Edad Media, ya que por siglos las escrituras eran copiaban a mano por monjes pendolistas en sus monasterios (Ver Britannica: Jesus Christ). En cuanto a las menciones, muy posteriores, que, sobre los “cristianos” encontramos en las cartas Nos. 96 y 97 escritas al emperador Trajano por Plinio el Menor, a la sazón Procurador romano en provincias del Medio Oriente y en las que le informa al soberano sobre esos obstinados cristianos de la Bitinia y del Pontus, esto es ya para el año 112 D.C. En ellas dice Plinio: “ellos se reúnen un día fijo antes del amanecer y repiten un himno a Cristo como a un dios”. Para entonces Jesús hacía ochenta años que había muerto..
Por otro lado tenemos la presunta mención del historiador Tácito acerca de un “Cristus” que encontramos de paso en su obra Anales, cerca de 116 D.C. Capítulo XV, 44. También tenemos que en el año 121 D.C. Suetonio escribe en su obra Vidas de los Doce Césares, (Claudio, Cap. 254), acerca de unos judíos que por instigación de un tal “Crestos” se amotinaban en la Roma del emperador Claudio. Pero esto había sucedido supuestamente casi un siglo antes de Suetonio escribirlo, y hoy ningún historiador serio presume que ese Crestos tuviera nada que ver con el Cristo, muerto en la remota Palestina tan sólo una década antes del evento. Lo mismo sucede con la pretensión de la Iglesia basada en Suetonio, de que Nerón persiguió durante su reinado a los cristianos, a quienes culpaba de incendiarios de Roma, o sea, en el año 64 D.C., época en que el Cristianismo solo aparece en su rincón del Medio Oriente!
De esas conocidas referencias anteriores, solamente podríamos darle crédito a esas dos cartas de Plinio a Trajano, del año 112 D.C., en las cuales por desgracia no se define con certeza quién era ese dios solar del Pontus y de la Bitinia (Ver Britannica bajo: Pliny the Younger).
Respecto a las demás referencias antes mencionadas, estas son generalmente tomadas por los académicos como puras falsificaciones históricas hechas por monjes copistas en sus monasterios. Falsificaciones que fueron típicas de la Edad Media en Europa. Como verá el lector, lo que tenemos entonces sobre Cristo mismo, en su propia época, es simplemente, nada! Nada que sea confiable. La literatura de la Edad Media, de donde surgieron esas presuntas citas, fue toda copiada a mano en monasterios y sin control ni rigor histórico alguno. Se trata de una literatura repleta de adulteraciones intencionales hechas a las antiguas obras clásicas en relación con Cristo y con los cristianos, y de las cuales no hay textos originales y sólo nos quedan hoy copias de copias, hechas por pendolistas muy parcializados. Si algún día llegamos a aproximarnos a la verdad sepultada bajo todo esto, será cuando todos los archivos de la Biblioteca Vaticana sean abiertos a los investigadores, sin restricciones ni encubrimientos.
Pero entonces nos viene a la mente una pregunta inquietante ¿Por qué tuvieron lugar todas esas falsificaciones y adulteraciones? ¿Cuál podría ser la causa y la motivación detrás de ello? Si la vida de Jesucristo mismo, sobre la cual descansa toda la teología cristiana, tuviera tan sólo un punto demostrable, un documentado irrefutable, o sea alguna coyuntura o nexo histórico que fuera del todo incuestionable, ¿habría existido entonces la necesidad de ir adulterando las obras de los autores clásicos, aun en épocas tan recientes como los siglos XIII?..
Pues bien, de todos los graves silencios de los historiadores y cronistas de la temprana época cristiana, el más acusador de todos es el del gran Filón de Judea, o Filón de Alejandría. Se trata del más grande filósofo judío del mundo Helenista. Un erudito prominente y de gran fama en todo el Imperio Romano, que le habla al mundo Clásico de todo lo que estuvo relacionado con el judaísmo, y quien resulta tener ya unos 20 años de edad para la época del presunto nacimiento de Jesús en Palestina y muere muchos años después de éste. Se trata también de un agudo observador que ya ha regresado a la tierra de sus padres – la Palestina – y nos narra con lujo de detalles la vida de su gente, de su Templo y de los esenios del Mar Muerto, pero sin decir una sola palabra de Jesús ni de sus seguidores!
LA GRAN ALEJANDRIA. Segunda ciudad y centro filosófico del Imperio Romano, fue la capital del Egipto romano y su puerto al mar Mediterráneo. En la ilustración vemos el Gran Faro cerrando la boca del puerto. Había sido fundada por Alejandro tres siglos AC, quien trajo para ello una amplia colonia de judíos. Durante el siglo I fue la patria de FILON, filósofo judío contemporáneo de Jesús, y quien describió las sagradas cenas de los esenios terapeutas que tenían su monasterio fuera de la ciudad, en pleno desierto y próximos al lago (arriba izquierda). Fue asiento de la gran Biblioteca del Serapeum que contenía cientos de miles de manuscritos con todo el conocimiento de aquel mundo antiguo ( cosa que hoy no tenemos). Antes de ser quemada por una turba cristiana la Biblioteca (hoy puras ruinas) estuvo situada en una colina al Oeste de la ciudad ( siga la dirección del puente sobre el mar, cruzando la ciudad hasta el final). La Biblioteca fue escenario de la célebre Escuela filosófica Neoplatónica hasta que Hipatia fue asesinada en plena calle, como vimos en el filme “Ágora”. Fue en Alejandría en donde aparecieron los manuscritos con ambos textos, la Biblia Hebrea Septuaginta (el Antiguo Testamento) y también el Nuevo Testamento cristiano; ambos estaban en idioma griego (en Koiné) y de ahí fueron siendo traducidos al Latín, hasta el 405 DC en que San Jerónimo ensambló allí la “Vulgata”, la primera Biblia. Aparentemente el Nuevo Testamento fue escrito en griego/koiné, (¿en Alejandría?) ya que jamás ha sido encontrado en hebreo!!
El siguiente argumento lo encontramos en la bien documentada obra de Emilio Bossi “Jesucristo Nunca Ha Existido” (publicada en italiano en 1905), y en español, en México, Ediciones “Salvador Segui”, páginas 17 y 19:
“… Filón, el Platón hebreo y alejandrino, contemporáneo de Cristo, habla de todos los acontecimientos y de todos los personajes principales de su tiempo (del tiempo de Jesús) y de su país, sin olvidar a Pilatos, y describe a los esenios, establecidos cerca de Jerusalén, en las riberas del Jordán; fue, en conclusión, como delegado a Roma para defender a los hebreos, reinando Calígula, lo cual hace suponer que tenía un conocimiento exacto de las cosas y nombres de su nación; de modo que si Jesucristo hubiera existido se habría visto absolutamente obligado a mencionarlo siquiera”.
Filón de Alejandría.
Después de todo, como nos argumenta Emilio Bossi, “la vida de Cristo debió desarrollarse, según la Biblia, del modo más ruidoso y extraordinario, tanto que en ninguna otra persona humana se dio semejante fenómeno”. Y observamos que, en verdad, se trata de una vida que comienza nada menos que con una visita de ángeles y de exóticos magos orientales, y con estrellas y signos que se movían en el cielo; algo que provocó los celos del mismo rey y causó una matanza de niños inocentes; para ser seguida luego por milagros y por multitudes, multiplicaciones milagrosas de peces y de panes, resurrecciones de muertos, dominio de las tormentas, etc. etc.; que culmina con aquel ¡Hosanna! y recibimiento triunfal en público de un Domingo de Ramos en Jerusalén y concluye con todo un complot político-religioso; un arresto, un gran drama judicial que envuelve al mismo Procurador provincial romano y al Sumo Pontífice de los judíos, y que cierra con una trágica muerte en público, seguida de una milagrosa resurrección!, etc.
¿Cómo puede ser concebible que todo eso sucediera en una provincia romana sin que quedara un solo rastro legítimo en los Anales romanos de la época, como lo hubo de tantas otras cosas?, o sea, sin que llamara la atención de las personas más indiferentes, ni excitara la más mínima curiosidad de parte de reconocidos cronistas e historiadores de la época? Entre estos, Josefo, quien escribiera precisamente en los años subsiguientes la más detallada historia de los judíos, (hasta el año 70 D.C.). Ante tan extraordinarios eventos como los que adornan la leyenda religiosa acerca de Jesús, el silencio de la historia y de los protagonistas contemporáneos sobre su vida y hechos, es absolutamente inexplicable, simplemente inverosímil, y algo muy singular.
Pero lo más curioso es que la tradición cristiana misma (sin Jesucristo), nos resulta hoy mucho más fácil de explicar como una simple continuación, síntesis y transformación de ese esenismo judío y nazareo del Mar Muerto y de los Terapeutas alejandrinos, con algo añadido del ciclo de Osiris, de los dioses Tammuz y Mitra y de sus respectivos “Misterios” iniciáticos, etc. Tradición cristiana que surge, nebulosa, de entre la gran polvareda que se alza con la destrucción de la Judea por las huestes romanas en el año 70 D.C. Ahora bien, varios de los escritos de Filón fueron posteriormente editados, mutilados y desaparecidos durante la Edad Media, quizás tanto por lo que decían como por lo que no decían, en relación con las pretensiones cristianas. Uno de esos libros desaparecidos trataba de “El Buen Dios de Egipto”, y contenía los decires del principal dios egipcio (alejandrino) desde los días de los faraones ptolomeos: el dios Serapis (Osiris-Apis). Colección de decires que algunos sospechan pudo haber servido de modelo para el Evangelio, el cual habla con la dulzura de los dioses de Egipto, no con el estilo de las escrituras hebreas..
Dos de los Padres de la Iglesia, admiradores ambos del gran Filón, nos dan posteriormente la pauta a esa clara continuidad y también puente ideológico que conecta a esenios y a cristianos, lo cual ha cobrado ahora nueva vida con el hallazgo arqueológico de 1945, en Nag Hammadhi, así como el de los manuscritos del Mar Muerto, en 1947. Esos dos Padres de la Iglesia fueron Eusebio, obispo de Cesárea, y San Epifanio, obispo de Constantia o Salamis (Ver Britannica: Eusebius, Epiphanius). El primero, Eusebio, nos asegura extrañamente que las escrituras usadas por esos Terapeutas (los esenios de Egipto) que habían sido mencionadas por Filón en los presuntos días de Cristo, esas escrituras dice él que eran evangelios y escritos de los apóstoles! (ver su Historia Eclesiástica, Libro II, cap. 17). Eusebio identifica aquí a los esenios Terapeutas como Cristianos, convertidos por el Apóstol Marcos durante sus prédicas en Alejandría. Mientras tanto el segundo personaje, Epifanio, parece haber añadido que esos esenios terapeutas de Egipto, situados cerca del lago Mareótides en las afueras de Alejandría, eran ellos mismos los cristianos originales! (ver su “Contra Crisóstomo”). Tenemos pues, en conclusión, que según la opinión de estos llamados Padres de la Iglesia, el gran Filón, un contemporáneo de Jesús (pero que no lo menciona en toda su obra), estaba entonces refiriéndose a verdaderos “cristianos” cuando describió tanto a los esenios de la Judea como a los terapeutas de Egipto y sus sagrados banquetes (algo ya descrito en un capítulo anterior)! Filón estaba describiendo por lo tanto una especie de cristianismo original, pero sin Jesús. Se trata sin embargo de dos sectas del judaísmo que hoy sabemos se habían originado cerca de dos siglos antes que ambos, Filón mismo y el personaje llamado Jesucristo.
Es importante aclarar aquí que esas posturas de ambos, de Eusebio, (“padre de la historia eclesiástica”), y de San Epifanio, respecto a los terapeutas de Alejandría como siendo los cristianos originales, no fue nunca cuestionada por la Iglesia, y permaneció aceptada por más de mil años, hasta la época en que cayó bajo el fuego cruzado de los nuevos “protestantes”; o sea, al surgir la Reforma de Martín Lutero en la Europa del Siglo XVI. La pregunta de Lutero que parecía incontestable para la sorprendida Iglesia Católica era ésta: si en el siglo cuarto Eusebio ya había identificado a esos cristianos-terapeutas como aparecían en la obra de Filón “De la Vida Contemplativa”, ¿cómo podía eso ser cierto, cuando Filón, un contemporáneo de Jesús escribió esa obra en Alejandría, Egipto, hacia el año 22 D.C., época en que Jesús, en su remota Galilea, sería solo un mozuelo desconocido, sin discípulos ni seguidores, sin haber siquiera comenzado sus tres años de ministerio? ¿Cómo podía haber cristianos “por todo Egipto”, como dice ahí Filón, hablando de los terapeutas, antes de que hubiera un Jesucristo activo y público en su propia Judea?
La verdad, nos dicen los eruditos, es que el asunto era totalmente indefendible, y también peligroso para la sorprendida Iglesia. Sin duda, Filón no supo nunca nada acerca de cristianos, ni de Jesucristo, (simplemente porque no hubo tal cosa en su época). Pero, entonces, ¿cómo podían esos admirados ascetas terapeutas de Egipto, de vida monástica y contemplativa sobre las colinas que dominaban el Lago, ser tan semejantes a los cristianos, que al ser descritos por Filón, les parecieron ser los cristianos originales a ambos autores? ¿Quiénes eran entonces esos extraños ascetas que según Filón ya en el año 22 D.C. estaban diseminados por todas las provincias, o nomes, de Egipto?
Después de tres siglos de ataques protestantes, la Iglesia del siglo XIX, elaboró una nueva teoría y explicación que ya empezó a acercarse un poco a la verdad. Re-conoció que toda esa época del Siglo Primero estuvo llena de numerosas sectas místicas de distintas orientaciones.. Al final, aquellos esenios terapeutas de Egipto resultaron ser para la Iglesia Romana, no los cristianos originales, sino una secta más entre las muchas variantes del Medio Oriente que se derivaron del cristianismo original, cualquiera y doquiera que este original fuese y estuviese… Sin siquiera tratar de explicar el (inexplicable) asunto de las fechas, y aparentemente sin siquiera darse mucha cuenta, la Iglesia se estaba acercando teóricamente al esenismo, y hasta lo estaba reconociendo como su fuente! Pero le esperaba todavía la sorpresa de los Rollos del Mar Muerto, hallados en Wadi Qumran en 1947, y, todavía más, el de los manuscritos de los cristianos gnósticos del siglo IV, descubiertos en Nag Hammadhi, Egipto, en 1945.
Durante el siglo antepasado, los comentarios de Madame Blavastsky respecto a la secta de los esenios y terapeutas, a su conexión con nazareos, gnósticos y ofitas en aquellos años en que aparecía el cristianismo, tienen el valor de haber sido hechos para el año 1877, en que se publicó su primera gran obra, “Isis sin Velo”, (y unos setenta años antes de que fueran descubiertos los asombrosos manuscritos del Mar Muerto y los de Nag Hammadhi). Ella los escribió en una época en que esos esenios, terapeutas, ofitas y gnósticos no pasaban de ser para teólogos e historiadores, más que otras sectas de las muchas mencionadas en la historia del Medio Oriente, pero sin tener mayores consecuencias y sin que hubiera quedado de ellas mayor prueba tangible.
Hablando de la época en que ya declinaban las Escuelas de los Misterios de Egipto, nos dice Blavatsky: “Ciertamente había llegado ya la época vaticinada por el gran Hermes… Los hierofantes andaban dispersos por la faz de la tierra buscando refugio en las comunidades herméticas llamadas más tarde esenios (!!), donde sepultaron a mayor hondura que antes la ciencia esotérica”. (Isis sin Velo, TEOREMA, Vol. I, pág. 92). “Además, los gnósticos compartían muchas ideas de los esenios, quienes tuvieron sus Misterios mayores y menores por lo menos dos siglos antes de nuestra era (!!). Se denominaban también los esenios, isarim, (iniciados), y descendían de los hierofantes de Egipto donde florecieron durante algunos siglos hasta que los misioneros del rey Asoka (de la lejana India) los persuadieran a adoptar el monasticismo budista”.
Otra pauta más nos viene del Dr. Edward Conze, en su obra “A Short History of Buddhism”. En la sección II, p5, él nos señala la práctica de la medicina como una clave al éxito misionero que tuvo el budismo Mahayana del norte de la India en su expansión hacia otras tierras. Aún cuando los reglamentos de la Vinaya les prohibían a los monjes las prácticas médicas, ellos no obstante evadieron esa prohibición. Por lo que nos dice Conze: “La espada fue un método cuyo uso los budistas desdeñaron, pero el escalpelo, la hierba y la poción les abrieron a los mahayanistas las puertas de los ricos y los de los pobres por igual”. Y coincidencialmente, entre los judíos, nos encontramos con que los esenios y los terapeutas fueron precisamente los médicos y los curadores de su época, con conocimientos acerca de las propiedades medicinales de plantas y minerales, etc.! Y ésta marcada característica esenia parece apuntar en la curiosa dirección del budismo Mahayana del Asia Central! Finalmente, esta “conexión medicinal” que encontramos por accidente en la obra de Conze, también parece arrojar luz sobre el hecho de que la Ética evangélica, la de “poner la otra mejilla”, no tiene nada de judía y más bien parece ser la misma que había enseñado Gautama Buda en la India, unos cinco siglos antes de Jesús!
Como el lector podrá verificar fácilmente, para el año 300 antes de Cristo, ya el budismo indostano estaba en plena expansión, (en especial el de la escuela norteña, o Mahayana), y florecía en un número de puntos del Asia Central; (e. g. en los antiguos centros de Khotán, Kucha y Turfán, etc. del Sinkiang Occidental); por lo tanto, ese Budismo estaba en el paso de las primeras rutas comerciales que conectaron a China con el Mediterráneo. Rutas que con el tiempo se convertirían en el famoso “Camino de la Seda”. Fue por esas rutas que aquel Budismo nórdico, procedente de la India, comenzó a difundirse, primero hacia el Este, (o sea, hacia la China misma), y también hacia el Oeste, (hacia el Medio Oriente), en donde aparecen sectas como las de los esenios y terapeutas, de apariencia externa puramente judías, pero con muy marcados rasgos místicos, monásticos y budistas a lo interno!
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Mario Bonetti