“En los barrios de mi pueblo, hacinados cual basura, lodosa, oscura, funesta y de amigos trágicos; de asendereados callejones y barrancas maltratadas y mil hijos regados por doquier… en esos barrios de mi pueblo, donde el rostro de los niños, sucios, escuálidos, agrestes y desteñidos por el tiempo, forman una columna militar que traspasa mil... mil generaciones! En esos barrios de mi pueblo, olvidados, colocados en algún sitio nauseabundo, millonarios de ratas, lombrices y pulgas. En esos barrios de mi pueblo, en nuestros barrios, también se dan las flores”. Ramón Leonardo.
Es falso de toda falsedad. Las drogas no son de nuestros barrios; de nuestros barrios son las flores.
¡Pero qué pesar!
Nuestros barrios, sin embargo, están repletos de drogas y consecuentemente, de centurias de jóvenes impedidos de ser flores e inducidos al consumo de la miseria y de la muerte.
El resultado está a la vista: degradación humana, desintegración familiar, violencia social e inseguridad ciudadana; frustración y desconfianza en el porvenir, entre aquellos seres humanos que se sortean la vida ante la podredumbre.
¡Qué zozobra caminar por las calles de nuestros barrios!
El país se está hundiendo. Se está hundiendo República Dominicana, y el naufragio empezó por sus barrios, donde todavía, a pesar de todos los pesares, también se dan las flores.
Y solo hay una explicación para que nuestros barrios estén embadurnados de todo tipo de drogas: las autoridades así lo han deseado y lo siguen sedeando!
Prueba infalible de que las drogas son introducidas en nuestros barrios por las autoridades, es este nombre: “Quirino Ernesto Paulino Castillo”.
Quirino, como se lo conoce popularmente, fue un militar magnate de la cocaína en nuestro país, que siempre actuó protegido, en su entonces glorioso reino criminal, incluso por al menos un Presidente de la República, o sea, por Hipólito Mejía.
¿Por qué decirlo así?
Basta analizar la reacción de José Miguel Soto Jiménez, otrora ministro de las Fuerzas Armadas durante el gobierno de Hipólito Mejía, tras ser emplazado por el Ministerio Público, para que aclarara por qué, si ya había cancelado a aquel militar narcotraficante, lo reingresó a las filas del Ejército Nacional.
¿Y qué decir sobre el caso “David Figueroa Agosto”?
Este narcomafioso fue, por toda una década, la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia del descaro, de la poca vergüenza y de la chabacanería a que se ha degradado la figura AUTORIDAD en nuestro país.
Protegido por los tres Poderes del Estado, David Figueroa
Agosto vivía aquí como todo un príncipe de la más fabulosa monarquía jamás
contada. Mejor no podría vivirse en el paraíso de la mitología judeocristiana.
El crimen aposentado en las entrañas del Gobierno. Acurrucado el crimen en el regazo de la autoridad, en el confort de los dos Presidentes de la República, que durante la presencia de Figueroa Agosto en nuestro país, desfilaron por el Palacio Nacional: Hipólito Mejía y Leonel Fernández, un dúo de sabandijas políticas, que solo en una sociedad descerebrada y decadente de todo lo que sea dignidad, podrían seguir teniendo vida pública y llamándose líderes.
Aquí la lucha contra las drogas es una farsa. Lo es así ante cualquier persona con un mínimo de sentido común, después de conocerse las declaraciones del exministro de las Fuerzas Armadas, José Miguel Soto Jiménez, sobre cómo, aún habiéndole informado al inmediato Presidente de la República, Hipólito Mejía, respecto a quién era Quirino, este le ordenó que lo reingresara como oficial del Ejército Nacional.
Si desde aquí hasta USA la lucha contra las drogas y el narcotráfico fuera una determinación seria, al menos ese "líder" político, ese bandido llamado Hipólito Mejía, debió ser amarrado de pies y manos junto a Quirino, y llevado, no a una cárcel de Nueva York, sino a Guantánamo!