Por Orbis Beltré
Con los nombres de los seres humanos sin dioses ni
demonios que han hecho grandes aportes en beneficio de la humanidad, se podría
eslabonar una cadena tan larga como para enlazar los extremos de la línea
ecuatorial y del meridiano de Greenwich . Para tan solo citar uno de esos
nombres: Mark Elliot Zuckerberg.
Pero la visión teoantropológica de los religiosos jamás
le permitirá la humildad suficiente como para reconocer, por ejemplo, que si
hoy en Occidente estamos libres de esclavitud, de lapidación, de feudalismo, de
purgatorio y de Santa Inquisición, ha sido gracias al sentir contestatario de
hombres y de mujeres que ante la horda egocéntrica, soberbia y criminal de la
religión, no lo pensaron dos veces para, aun sabiendo que iban a ser
perseguidos y asesinados, denunciar todo forma de maldad que contra la
humanidad se ha practicado desde la premisa del dios judeocristiano que han
hecho "existir" aquellas mentes que nunca han confiado en el ser
humano.
Toda la jurisprudencia que hoy exhibe la humanidad como
instrumento de justicia se ha establecido paso a paso y siempre a pesar de la
oposición de la religión institucional, misma que todo el tiempo ha servido a
los peores intereses, y que ni siquiera se ha cuidado nunca de dejarse ver
confabulada con los más grandes dictadores, saqueadores y genocidas que han
desfilado por este mundo.
Quienes han creído en el ser humano han ido en cada oportunidad
más allá de proponer convivir con las calamidades humanas. Han hablado no de
repartir alimentos entre los hambrientos, sino de qué hacer para que la
agricultura se desarrolle, para que haya más y mejores cosechas, y para que la
humanidad se beneficie de esto y se alimente sin que se la vea como una mendiga
digna de lástima.
Quienes han creído en el ser humano han abogado, no para
que haya desplazados de las guerras ni refugios, sino para que no haya guerras;
han abogado, no para que haya orfanatorios, sino para que se apliquen políticas
dirigidas a prevenir las causas -las al menos provocadas por el ser humano- que
cada día generan más huérfanos y dolor.
Quienes han creído en el ser humano han propugnado, no
para que haya ritos de “arrepentimiento” en las iglesias, sino para que no haya
crímenes; han propugnado, no para que haya servicios religiosos en las
cárceles, sino para que los gobiernos eduquen más y mejor a sus ciudadanos;
para que los gobiernos trabajen por una sociedad de mejores y mayores
oportunidades de empleo para todos, lo cual se traduciría a un reducción cada
vez más significativa de la población carcelaria.
Quienes han creído en el ser humano han pensado y
trabajado, no para que se haga propaganda de culto a la personalidad a través
de operativos de dádivas en barrios marginados, sino para que no haya razones
de empobrecer a la gente hasta ese colmo.
Quienes han creído en el ser humano lo han dado todo, no
para ir a sermonear con mensajes fantasiosos a los enfermos, sino para que
éstos reciban hasta el último segundo de sus vidas, la asistencia solidaria de
la ciencia y de la tecnología. Pero entre aquel que es capaz de ver en el ser humano a
un sujeto de valor intrínseco, y aquel que ve a ese mismo ser humano como un
objeto carente de valor sin la concepción de un “ser” imaginario que es su
dueño y que lo usa a discreción, el simplismo ha impuesto un arbitraje que ha
concitado más aplausos para la hipocresía que para la honestidad. Y es que tener cabeza, pensamiento e idea propia, implica
ser diferente, ser único y por consiguiente, crítico. Esto es, exponerse al
fuego de los poderes que siempre han pretendido adueñarse de la deliberación
personal, lo que equivale a agenciarse la muerte involuntariamente. Por eso hay
más religiosos que ateos, porque son más los prefieren lo fácil, lo no
"problemático". Son más los pasivos que los activos; son más los que
no tienen ningún inconveniente en ser parte del rebaño e ir entre la manada
hacia donde arree el pastor.
Un día sin embargo, todos "descubriremos" la
gran farsa, el gran engaño milenario, el gran miedo infundado que no nos ha
dejado ser libres y creer en nosotros mismos, en este hermoso mundo.
Descubriremos que al religioso no le interesa la paz
mundial, sino todo lo contrario, alucina con las guerras; y cuanto más cruentas
y salvajes más se excita en su alucinación, porque ve en las guerras la justificación
del dios de moda: aquel Jesucristo que pecando de una ignorancia absoluta sobre
de la historia de la humanidad, asegura, como si antes de él nunca hubo guerras
y rumores de guerras, que cuando haya guerras y rumores de guerras será porque
el fin del mundo estará cerca.
Al religioso no le interesa que la ciencia avance tanto
como para predecir los terremotos y evitar horrorosas catástrofes humanas y
materiales. Todo lo contrario, el religiosos apuesta a que los terremotos sean
cada vez más impredecibles y de magnitudes que superen cualquier escala. Pues
así se alegra y celebra a su profeta de tragedias, que dijo que cuando vea
estas cosas, ya casi vendría para llevárselo al paraíso. Así expresa el
religioso su desprecio por la raza humana; así expresa el religioso su
conspiración contra nuestro planeta.
Al religioso no le interesa que la ciencia hable de
vacunas contra el cáncer, el sida, o contra cualquier otra enfermedad terminal.
Todo lo contrario, el religioso quisiera, no solo que no haya tales vacunas
jamás, sino que cada día haya más enfermedades incurables. Pues así su libro
sagrado se va justificando como el nuevo oráculo del mundo.
Al religioso no le interesa que llueva. Todo lo
contrario, vive deseoso de haya prolongadas sequías, y si pudiera hacer algo
para provocarlas, lo haría. Pues se goza que las cosechas se pierdan, para que
haya hambruna por el mundo. Así puede mirar con gran júbilo hacia arriba y
decir a viva voz: “¡Qué bueno todo esto, Señor, porque sé que tú ya estás por
venir!”
En conclusión, al menos en Occidente, no hay peor
enemigo del ser humano que la religión de moda, aquella que nos amenaza para
que no nos atrevamos a creer en el ser humano.
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